“Todo poeta o artista vive disociado, muchas veces no sólo disociado sino tironeado de cada pata, de cada brazo, descuartizado” dice Gonzalo Millán y la frase me lleva inevitablemente al “Je est un autre” de Rimbaud: la poesía como una dislocación del yo, que encuentra en otras voces, ficticias o testimoniales, un espacio desde el cual desplegarse. En este sentido funcionan algunas de las obras poéticas más interesantes que se han escrito en el último tiempo en nuestro país: pienso, por ejemplo, en “Colonos” de Leonardo Sanhueza (Cuneta, 2011), “Canciones gringas” de Mario Verdugo (Inubicalistas, 2013) o “Yakuza” (Ajiaco, 2014) de Francisco Ide. En “La noche del...
“Todo poeta o artista vive disociado, muchas veces no sólo disociado sino tironeado de cada pata, de cada brazo, descuartizado” dice Gonzalo Millán y la frase me lleva inevitablemente al “Je est un autre” de Rimbaud: la poesía como una dislocación del yo, que encuentra en otras voces, ficticias o testimoniales, un espacio desde el cual desplegarse. En este sentido funcionan algunas de las obras poéticas más interesantes que se han escrito en el último tiempo en nuestro país: pienso, por ejemplo, en “Colonos” de Leonardo Sanhueza (Cuneta, 2011), “Canciones gringas” de Mario Verdugo (Inubicalistas, 2013) o “Yakuza” (Ajiaco, 2014) de Francisco Ide. En “La noche del Zelota” de Camilo Brodsky (Das Kapital, 2013) asistimos al relato epifánico y alucinado de un zelote –denominación que recibían los militantes de este movimiento radical de la vieja Roma-, en cuyo sueño la historia aparece como un campo yermo: un despoblado en donde se han sucedido todas las guerras, todos los fracasos.