En Los decidores de decires toda normatividad de la lengua se ve desplazada por la ligereza, el humor y la mordacidad. Margie Haber se pone del lado del habla del niño y del iletrado, y es quizá por esto que sus poemas parecen no tomarse en serio nada, ni a sí mismos, como si se aventuraran a decir, a desdecirse, a contradecir y a confundirse, un poco a la manera de un Cantinflas y de los juegos de trabalenguas. Pero si lo popular es, como creemos, uno de los polos de este libro, la poesía de vanguardia sería el otro. Imposible no escuchar y no ver entre los versos de los poemas ecos de la poesía fonética y de la poesía visual: el espacio gráfico como agente estructural, las distin...
En Los decidores de decires toda normatividad de la lengua se ve desplazada por la ligereza, el humor y la mordacidad. Margie Haber se pone del lado del habla del niño y del iletrado, y es quizá por esto que sus poemas parecen no tomarse en serio nada, ni a sí mismos, como si se aventuraran a decir, a desdecirse, a contradecir y a confundirse, un poco a la manera de un Cantinflas y de los juegos de trabalenguas. Pero si lo popular es, como creemos, uno de los polos de este libro, la poesía de vanguardia sería el otro. Imposible no escuchar y no ver entre los versos de los poemas ecos de la poesía fonética y de la poesía visual: el espacio gráfico como agente estructural, las distintas tipografías entrecruzándose, la deformación y la fusión de las palabras son algunos de los mecanismos experimentales que se hacen presentes en este libro. El poema es, en definitiva para Margie Haber, un campo de acción en el que las palabras juegan y se juegan a sí mismas, arriesgándose a decir, a no decir o a decir demasiado.