Dicen que ellos son parte del cuerpo de la ciudad, no de su alma. Ya se sabe (y nos gusta creer que así es) que el alma de la ciudad está en sus plazas, en sus museos, en sus edificios majestuosos, en sus calles pavimentadas, en sus casas bien planeadas, en sus palacios de gobierno, en sus parques, en sus mercados, en su gastronomía. No en ellos. Con todo lo que la gente, los diarios, las noticias dicen de ellos, mejor que se queden allá, en esas colonias de Hermosillo de nombres tan raros, tan feos, tan anticuados, como El Jito, Tiroblanco, Las Pilas, La Matanza, La Hacienda de la Flor, Villa de Seris; en esos sitios grises como el Cereso. Sí, que se queden allá, en esos lugares sin a...
Dicen que ellos son parte del cuerpo de la ciudad, no de su alma. Ya se sabe (y nos gusta creer que así es) que el alma de la ciudad está en sus plazas, en sus museos, en sus edificios majestuosos, en sus calles pavimentadas, en sus casas bien planeadas, en sus palacios de gobierno, en sus parques, en sus mercados, en su gastronomía. No en ellos. Con todo lo que la gente, los diarios, las noticias dicen de ellos, mejor que se queden allá, en esas colonias de Hermosillo de nombres tan raros, tan feos, tan anticuados, como El Jito, Tiroblanco, Las Pilas, La Matanza, La Hacienda de la Flor, Villa de Seris; en esos sitios grises como el Cereso. Sí, que se queden allá, en esos lugares sin alma, como ellos. No tiene caso seguir jodiendo, entonces, con las historias del barrio. Sin embargo parece que el autor de este libro no ha entendido.