Cada lector es un mundo y, si ponemos la atención suficiente, lo es también todo ente que lo rodea: el sillón que lo sostiene, la lámpara que alumbra su lectura, el libro que tiene entre sus manos, el nematócero diminuto que sobrevuela su cabeza. Entre cada uno de estos mundos tiene lugar un intercambio incesante, una economía afectiva y material que los transforma. Hay entre ellos, incluso, encuentros de una violencia tal que podemos pensarlos como colisiones, grandes impactos que generan mundos nuevos, con inéditos vínculos y destellos. En Planetas habitables, Elisa Díaz Castelo traza, gracias a una escritura en la que las palabras de la ciencia cobran una sensualidad inesperada
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