En Matar no hay concesiones ni figuras retóricas ni poesía de alambique. Tampoco filigranas en laboratorio de adjetivos. Se trata de testimonios desnudos, a veces cómicos; trágicos, por supuesto; tiernos, apasionados, pero siempre conmovedores, demoledores, de vértigo. Homicidas se hacen voz en la pluma de Carlos Sánchez y nos la arroja con una honestidad que desarma. En Matar, los autores nos muestran el rostro de un sistema que engulle a los desamparados, a los invisibles, a los sin nombre, y entre ellos, a las más frágiles, víctimas de las víctimas: las mujeres. Ay de aquel que se asome a estas páginas con los prejuicios que dan el sillón y las pantuflas, porque corre el riesg...
En Matar no hay concesiones ni figuras retóricas ni poesía de alambique. Tampoco filigranas en laboratorio de adjetivos. Se trata de testimonios desnudos, a veces cómicos; trágicos, por supuesto; tiernos, apasionados, pero siempre conmovedores, demoledores, de vértigo. Homicidas se hacen voz en la pluma de Carlos Sánchez y nos la arroja con una honestidad que desarma. En Matar, los autores nos muestran el rostro de un sistema que engulle a los desamparados, a los invisibles, a los sin nombre, y entre ellos, a las más frágiles, víctimas de las víctimas: las mujeres. Ay de aquel que se asome a estas páginas con los prejuicios que dan el sillón y las pantuflas, porque corre el riesgo de que se le indigeste la cena y las sentencias.